Mujeres valientes contra el abuso 

Hoy quiero hablarles a ellas, mujeres que han atravesado situaciones profundamente dolorosas: han sufrido engaños, abusos, manipulaciones y faltas de respeto por parte de un líder evangélico. 

Quiero dirigirme a vosotras, mujeres valientes que os habéis atrevido a decir lo que otros callaron, que, con humildad y un deseo sincero de sanar, habéis reconocido vuestros propios errores y, en medio de este camino difícil, habéis encontrado a vuestro Señor esperándoos al otro lado, con los brazos abiertos y un amor sin medida. 

Esta carta es para vosotras:

Jesús le preguntó:

— Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo:

— Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo.

16 Jesús entonces le dijo:

— ¡María!

Ella se volvió y le dijo en hebreo:

— ¡Rabuni! (que quiere decir: «Maestro»).

Juan 20:15-16

Buscabas abrazar al Maestro en medio de tu caos, pero en el camino hacia él una voz te desorientó. Te llamó por un nombre que no era el tuyo y te acercó a un dios hecho a su medida, para usarte según su antojo.

Creíste que era una voz cercana, creíste reconocer una mirada misericordiosa, pero solo era otro ser herido que todavía no ha comprendido la herida que necesita sanar.

Te equivocaste al creer que tu nombre era pecadora o andrajosa. Pero hoy, aún herida, encuentras el valor para poner en palabras tu dolor. Y, al hacerlo, nos recuerdas que Jesús sí encontró lo que buscaba, que resucitó para restaurarte y para pronunciar de nuevo tu verdadero nombre: Amada, hija de Dios.

Cuando el miedo se hizo grande, tú creciste con él: lo alcanzaste, lo miraste a la cara y aún con manos temblorosas y un nudo en el estómago, encontraste la valentía que te habían robado. Has reconocido la voz de tu Maestro y ahora puedes contar lo que nunca te imaginabas que podrías contar.

¿Te das cuenta? Has sido capaz de verbalizar abusos, extorsiones, amenazas... Te arrancaste la venda de los ojos y el bozal de la boca que habían atado con fuerza. Y hoy eres un poco más libre.

Has podido soltar un lastre, has señalado la herida que hay que sanar y has identificado la medicina que hay que tomar. Solo así, desde la verdad, estás comenzando a restaurar lo que alguien quiso anular, pisotear y moldear a su antojo. Admiro tu valentía. 

Como a María Magdalena, el temor también le invadió de la cabeza a los pies. Aun así, lo hizo: habló a personas que la tomaban por loca y transmitió el mensaje de la buena noticia. Se vio capaz; Jesús le dijo que lo era, y ella le creyó. 

Ella fue una mensajera de su tiempo y tú también lo eres del nuestro. Has puesto el altavoz a un mensaje valiosísimo. Aún en medio del dolor, tus actos hablan de lo que Jesús habló, de la justicia, de la verdad, del respeto, del amor y de la valía de la mujer.

Eres capaz de hacer esto porque has estado cara a cara con el resucitado. Has reconocido su voz, lo sé, veo al Maestro a través de ti. Porque Jesús te dijo que eras capaz y le creíste.

Gracias por ser una mujer de referencia para mí, para mis hijas y para las que vendrán. Tu voz es luz para otras voces que siguen censuradas y que, también gracias a ti, serán capaces de alzarse. Eres una mensajera de esta buena noticia: somos más libres, más capaces, más como Jesús nos mira.

¿Necesitas ayuda? 

Puedes escribir de forma confidencial a: [email protected]. Este es un lugar seguro.  Tu testimonio puede ser de ayuda a que otras mujeres.

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